lunes, 16 de enero de 2012

El falso libertarianismo de la Thatcher y Reagan

Existe un mito dentro de la derecha "liberal" o los conservadores liberales y es el de representar Margaret Thatcher y Ronald Reagan como modelos políticos a seguir en cuanto a lo que a liberalismo se refiere. De un modo bastante acrítico, tanto a derecha como a izquierda, se ha identificado el (neo)liberalismo con la "Revolución conservadora" o las políticas monetaristas de la Escuela de Chicago, el llamado Consenso de Washington.

Si hay un concepto discutido y discutible, parafraseando a quien acaba de dejar atrás la viña destrozada por los cerdos, es el de liberalismo, porque hay tantas definiciones como personas que se dicen liberales o que acusan a otros de ser (neo)liberales.

La acepción que me gusta manejar a mí para liberalismo es la que se rige de modo lógico y coherente a partir de una serie de principios sólidos e irrefutables: respeto irrestricto a la propiedad privada, incluídos para cada individuo su cuerpo y vida, integridad física y posesiones legítimamente obtenidas, y los acuerdos libres voluntarios, o si se prefiere, el principio de no agresión, que están en la base de todas las libertades individuales y económicas que se derivan de estos axiomas.

Yo defiendo como verdadero liberalismo, o al menos como la versión de esta corriente ideológica más coherente, el liberalismo libertario, que, surgiendo del Liberalismo Clásico, se apoya en los desarrollos teóricos de la Escuela Austríaca de Economía y las escuelas del radicalismo político y el anarcocapitalismo, agorismo, etc. Por eso, si va inducir a confusión, prefiero el término libertarianismo, que, pese a ser otro concepto discutido y discutible, puede que acote más el sentido en que uso la palabra liberalismo en esta entrada.


Como ha demostrado uno de los teóricos libertarios actuales más sólidos, el autor de Libertarianism Today, Jacob H. Huebert, los gobiernos de Ronald Reagan no fueron una revolución, y menos una revolución liberal o libertaria. Pese a toda su retórica antigubernamental, Reagan en sus mandatos hizo crecer el gobierno y engañó a los libertarios, a quienes les pidió su apoyo a cambio de casi nada.

Como expone Huebert en su artículo Reagan no fue un libertario por varios motivos: se apoyó en la derecha religiosa americana, que para nada habría aprobado la moral libertaria individualista, como sucedió en la escalada en la guerra contra el narcotráfico o las numerosas intervenciones militares en el exterior (tropas en Líbano, apoyo a Sadam Hussein, intervención en Nicaragua, y el apoyo a la Contra en Irán, entre otras). Lejos de eliminar el reclutamiento como había prometido, lo mantuvo y sostuvo una escalada de gasto militar y en armas nucleares.

Si atendemos a los resultados y no a la retórica a favor de los mercados libres y la contención del gasto público, también se puede observar que su política económica también hizo poco por la liberalización: durante sus dos mandatos las restricciones a la importación crecieron 100%, prácticamente dobló al Presidente Carter en las cifras de gasto y déficit estatal, si no se corrigen estas cifras con la inflación. Porque esa es otra, tampoco redujo la inflación, aunque comparativamente con los setenta, se contuviera su crecimiento. Sus políticas monetaristas fueron opuestas a la restauración del patrón oro, y la estabilización monetaria, lo que ya habría bastado para no incluir a Reagan entre los liberales, al menos no entre los liberales libertarios o de la Escuela Austríaca. La Reserva Federal siguió imprimiendo a lo loco igual durante sus años.

Otro de los mitos pseudolibertarios del mandato Reagan fueron las bajadas de impuestos. Con ese eslógan ganó las elecciones, pero de nuevo la realidad viene a desmentir la retórica, puesto que bajar los impuestos mientras se aumenta el gasto es una tomadura de pelo al contribuyente: lo que no se paga en impuestos se paga en aumento de la inflación o aumento del déficit y la deuda pública, lo que es simplemente aplazar el pago de impuestos a las generaciones futuras junto con los intereses y la pérdida del poder adquisitivo aparejado. Lo peor de este lugar común, es que, de hecho, Reagan sí subió los impuestos en determinados tramos, y lejos de eliminar la Seguridad Social, obligó a los trabajadores a pagar más por sus seguros.

Y en lo que se refiere a las desregulaciones, aquello más positivo que se puede reconocer en sus mandatos, las que se llevaron a cabo fueron la implementación de políticas ya comenzadas y diseñadas, irónicamente, al final del mandato Carter, quien ha pasado, pese a esto, por ser el presidente más socialdemócrata de los Estados Unidos hasta la llegada de Obama: industrias del petróleo, gas, aerolíneas y transporte por carretera.

La conclusión de Huebert es clara: los años de Reagan fueron malos para la libertad y el libertarianismo  o liberalismo libertario, pues fueron una restauración de los valores conservadores asociados al militarismo, el nacionalismo proteccionista, apoyada en el monetarismo de la Escuela de Chicago y el mercantilismo amigo de las corporaciones, para nada en los mercados libres y verdaderamente desregulados.

Los libertarios que simpatizaron al comienzo con la retórica de Reagan, o bien se amoldaron al establishment -caso de la esfera del Cato Institute bajo la financiación de los magnates del petróleo Koch- o bien se apartaron desilusionados al ver sus aspiraciones sumidas en el déficit público rampante. Que sus políticas fueron malas para libertad quedaría demostrado por el aumento brutal del gasto público y el intervencionismo estatal durante los mandatos republicanos posteriores de los Bush.

Quizás la única virtud que se le pueda ver a todo este periodo y es algo que Huebert pasa por alto en su artículo es que este aumento del gasto tuvo aparentemente una consecuencia buena: empujó a al URSS a acometer un esfuerzo de gasto similar en una economía mucho menos productiva, lo que provocó, en última instancia, el colapso del gigante soviético y del bloque del Pacto de Varsovia bajo su control. ¿Hasta qué punto la amenaza de la Unión Soviética era real para occidente en los años 80 y no una excusa para mantener el gasto militar? Supongamos que esta amenaza fuera más real que retórica o que antes del colapso soviético se sintiera, ante falta de más información, como tal. Con el fin de la Guerra Fría este enorme gasto militar tendría que haberse reducido drásticamente, sin embargo, Estados Unidos buscó la excusa del terrorismo islámico o la crisis sistémica del sistema fianciero para mantener esta escalada del gasto público -no sólo militar- que ahora esta amenazando con el colapso de los estados occidentales a los dos lados del Atlántico.



Con respecto de Margaret Thatcher se puede decir otro tanto. Vuelta a poner de moda recientemente por la pelicula The Iron Lady (Phyllida Lloyd, 2011), fue la contraparte británica de Reagan. También ha sido defendida como adalid y ejemplo de políticas liberales por un sector de la derecha. Sin embargo, una revisión más cercana a los hechos, lejos de la retórica de los discursos de Thatcher y sus corifeos, puede revelarnos las luces y sombras de la primera mujer en acceder al puesto de Primer Ministro en Gran Bretaña.

La semana pasada fui a ver la película de Phyllida Lloyd espoleado por las malas críticas y reacciones adversas que recibió en el periódico Público. Como drama histórico hecho al gusto actual de mostrar el lado humano de los grandes dirigentes, se puede considerar un filme logrado. El planteamiento dramático del guión (Abi Morgan) está conseguido con efectividad y la interpretación y caracterización de Meryl Streep merecerá un Oscar con toda seguridad.

La película se centra aspectos personales, emocionales, familiares, privados, de la personalidad y vida de la dirigente, pero pasa, creo que inteligentemente, por encima de los fárragos de la política real y la ideología de Thatcher. Un drama de este tipo no tiene tiempo material para ahondar en cada uno de los episodios de la política de los tres mandatos thatcheritas, episodios que merecerían una película por sí solos (la crisis y recuperación económica, los problemas de orden público, las privatizaciones, los recortes sociales, el enfrentamiento a los sindicatos y los mineros, la guerra de las Malvinas, su lucha contra el terrorismo del IRA, las intrigas dentro de su partido para derrocarla, etc.).

Formalmente, ninguna pega a la película. Ahora, en cuanto a los contenidos políticos o ideológicos, estoy hasta cierto punto de acuerdo con la crítica que ve el feminismo de la Thatcher traído por los pelos. Fue una mujer de carácter, individualista, pero de ahí a que fuera feminista o un modelo para las feministas, va un trecho. Para bien o para mal, Thatcher no fue una feminista, por mucho que tuviera que luchar y sobreponerse contra el machismo de su sociedad. Su relativo feminismo, como su relativo liberalismo fue producto de la necesidad de los tiempos que le tocó vivir más que fruto de ningún convencimiento ideológico.

Quizás junto con medidas económicas exitosas y liberalizadoras como el control de la inflación y la desregulación de los mercados financieros, la flexibilización laboral, las privatizaciones de empresas públicas ineficientes y recortes o eliminación de subsidios, el énfasis en los mercados abiertos, lo mejor sea su concepción de la virtud individual, la independencia y la responsabilidad que la libertad supone. Se nota, a diferencia de Reagan, una influencia de su lectura de la obra de Hayek, Camino de Servidumbre y sólo ese detalle hace que la prefiera sobre el americano. Su desconfianza hacia el Estado como buen gestor de la economía quizás proceda de ahí y su victoria sobre los sindicatos mineros es meritoria. Otra herencia positiva desde un punto de vista libertario quizás sea su euroescepticismo, su crítica a  la proliferación de un poder público centralizado supranacional en Europa.

Por lo demás, se le puede acusar de los parecidos defectos que a Reagan. Su política económica dependió del monetarismo y su lucha contra el gasto y el déficit no se aplicó de modo coherente a la hora de recuperar las Malvinas. Sus concepciones y políticas moralistas y conservadoras contra el crimen y el desorden escondían tics autoritarios y xenófobos sobre la raza, la inmigración o la homosexualidad y la familia. Partidaria de la pena de muerte, de la censura audiovisual, también estuvo en contra de facilitar el divorcio.

El liberalismo económico relativo -pese a todo, su énfasis en combatir la inflación no le permitió acabar con las cifras de paro- acabó empañado por las revueltas que la aplicación de un impuesto para la financiación local por individuo (Poll Tax), en sustitución de uno progresivo ajustado al valor catastral del inmueble. Un individualismo mal entendido desde mi punto de vista, porque supuso un aumento de los impuestos a la postre y un intervencionismo estatal sobre la financiación local. La revuelta que provocó fue la puntilla a su último mandato, lastrado por las desaveniencias internas y externas.

Un verdadero libertarianismo no puede llevarse a cabo mediante una recentralización del poder que afirme la autoridad del Estado nacional sobre poderes locales o entes privados y ciudadanos.  Los gobiernos de Thatcher, con tener algunos aspectos positivos en sus fines, como la liberalización económica, usó medios que para un liberal libertario no serían los más adecuados. Y como expone Richard Vinen en su Thatcher's Britain, el liberalismo de la Premier británica, tenía poco que ver con el liberalismo clásico del histórico Partido Liberal inglés (p. 288) y que fue más una retórica para atraer a votantes de la coalición de centro conformada por el Partido Liberal y el partido Social Demócrata.

Los que somos partidarios de políticas económicas liberales les podemos encontrar algunos logros a los mandatos de Reagan y Thatcher, pero afirmar que encabezaron una verdadera revolución liberal o un movimiento libertario es ir demasiado lejos. Su mezcla de monetarismo, corporativismo, militarismo, nacionalismo, conservadurismo creo que dejan poco espacio para una definición libertaria de sus gobiernos.

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