jueves, 23 de febrero de 2012

EL MAYOR PELIGRO, EL ESTADO, por Ortega y Gasset


EL MAYOR PELIGRO, EL ESTADO, por Ortega y Gasset



En nuestro tiempo, el Estado ha llegado a ser una máquina formidable que funciona prodigiosamente, de una maravillosa eficiencia por la cantidad y precisión de sus medios. Plantada en medio de la sociedad, basta con tocar un resorte para que actúen sus enormes palancas y operen fulminantes sobre cualquier trozo del cuerpo social.
El Estado Contemporáneo es el producto más visible y notorio de la civilización. Y es muy interesante, es revelador, percatarse de la actitud que ante él adopta el hombre-masa. Este lo ve, lo admira, sabe que está ahí asegurando su vida. Pero no tiene conciencia que es una creación humana inventada por ciertos hombres y sostenida por ciertas virtudes y supuestos que hubo ayer en los hombres y que puede evaporarse mañana. Por otra parte, el hombre-masa vé en el Estado un poder anónimo y como el se siente a sí mismo anónimo-vulgo-, cree que el Estado es cosa suya. Imagínese que sobreviene en la vida pública de un País cualquiera dificultad, conflicto o problema: el hombre-masa tenderá a exigir que inmediatamente lo asuma el Estado, que se encargue directamente de resolverlo con sus gigantescos e incontrastables medios.
Este es el mayor peligro que hoy amenaza la civilización: la estatificación de la vida, del intervencionismo del estado, la absorción de toda espontaneidad social por el estado; es decir, la anulación de la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos. Cuando la masa siente alguna desventura o, simplemente, algun fuerte apetito, es una gran tentación para ella, esa permanente y segura posiblidad de conseguir todo-sin esfuerzo, lucha, duda ni riesgo-sin más que tocar el resorte y hacer funcionar la portentosa máquina. La masa se dice: "EL ESTADO SOY YO", lo cual es un perfecto error. El Estado es la masa sólo en el sentido que puede decirse de dos hombres que son idénticos porque ninguno de los dos se llama Juan.
La Sociedad tendrá que vivir para el Estado; el hombre, para la máquina del gobierno. Y como a la postre no es sino una máquina cuya existencia y mantenimiento dependen de la vitalidad circundante que la mantega, el Estado después de chupar el tuétano a la sociedad, se quedará hético, esquelético, muerto con esa muerte herrumbrosa de la máquina, mucho más cadavérica que del organismo vivo.

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